Veo que conviene volver a insistir en el tema de la cafeína. NOOOOO, no es lo mismo el café y el té. Ambos contienen un alcaloide denominado cafeína, si, pero en cantidades muy diferentes. ¿Qué os parece si afirmo que la cafeína es un veneno mortal? Pues sí, lo es, si ingerimos, por ejemplo, un kilo de esta substancia. Por esta regla de tres también el vino es mortal si nos bebemos La Rioja entera de una sentada. Claro, esto todo el mundo lo entiende. Pues entonces, ¿qué pasa con la cafeína?, ¿tan difícil resulta entender que lo que importa es la cantidad?
Vamos a ver si podemos aclarar este tema de una vez por todas. Comparemos los contenidos de cafeína. Un café, un expreso, de los que podemos tomar en cualquier cafetería, contiene entre 150 y 200 miligramos de cafeína. Un té negro, que es el de mayor contenido de esta substancia, ronda los 40 miligramos. El té verde unos 20 miligramos y alrededor de los 30 mgs. los tés rojos (pu-erh), así como los semifermentados , es decir, los amarillos y los azules o oolongs. Y el té blanco, hecho a base de brotes tiernos, en el que la concentración de cafeína escasamente llegará a 10 o 15 miligramos. O sea, nos movemos en un espectro que va de los 200 de un café cargado a los 10 de un té blanco. Y si lavamos los tés aun encontraremos menos cafeína. ¿Y en qué consiste esto? Muy sencillo. La mayor cantidad de cafeína se libera en los primeros instantes de la infusión. Si lo que queremos es reducir la cantidad de este estimulante, prepararemos la infusión, la dejaremos reposar unos segundos (10 o 15) y nos desharemos de ese brebaje. Ya podremos ahora, con el té lavado, prepararlo a nuestro gusto, con el tiempo apropiado de reposo.
Frecuentemente, con el ánimo de aclarar esta cuestión, digo, a modo de regla nemotécnica: el café excita, el té estimula. Pero no denostemos a la cafeína; considerémosla más bien como un aliado. De hecho, esta condición estimulante del té fue el beneficio más apreciado en la Europa del siglo XVII. Claro, la sociedad europea de finales del 1.600 no estaba acostumbrada a substancias estimulantes, y lo necesitaban, ya que la alimentación, por regla general era deficitaria en contenidos proteicos y vitaminas. Así como el famoso té de las cinco. Como es sabido, los británicos no suelen hacer una comida copiosa al mediodía. Es frecuente que pasen con un sandwich de pepino. Qué horror! Claro, esa pequeña dosis de cafeína, a media tarde, con unas galletitas, las típicas shortbread, hace recuperar el tono, tanto físico como intelectual.
En conclusión, nos conviene recordar que, por término medio un café contiene entre 150 y 200 milígramos de cafeína, y un té, entre 15 y 40 milígramos, dependiendo del tipo de té. Y además, nuestro organismo la elimina totalmente en el plazo de tres o cuatro horas máximo, con lo que hay que descartar también el clásico de: si tomo un té, o un café, por la tarde, esa noche ya no duermo. Falso, a las cuatro horas, como máximo, ya no queda nada de cafeína en nuestro organismo. ¡Qué impertinente es la sugestión!
El café excita, el té estimula.
El té y los “nervios”
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